Translate

jueves, 29 de octubre de 2015

29-10-15



Te podría decir muchas cosas de la fiesta, pero me acuerdo la mitad.
Las bisagras de algo indefinido sostienen una puerta.
Una puerta grande y azul que de un mordisco se traga toda la luz.
Esta se abre y se cierra un par de veces (como un baile derviche-tropical)
y el silencio que deja al descubierto es frío como el acero.
La puerta, naturalmente, tiene una manija. Está ardiendo.
Desde lejos, su calor seco se mete entre la piel como pequeñas
navajas. Entran por la nariz, por la boca y por los ojos,
por los núcleos y por los intestinos.

No me separan tantos pasos de la puerta como creía. No.
Silencio enloquecedor, música creada por estímulos eléctricos.
Las luces multicolores se ramifican como pequeños
devoradores amazónicos.

La fiesta se desnuda como una mujer hermosa y furtiva.
Recibo la gente como quien recibe labios.
Es casi lo mismo en manos del destino, o en todo eso.
Puñales, peldaños cuesta arriba...

El fuego metálico de la manija obliga a cada porción de mi mismo
a volver hacia ella. La puerta grande y azul respira abombada cada vez
que se abre y se cierra. Se abre y se cierra
con un susurro. No, es silencio lo que suena, sí.
Volvamos a la manija, ya llego.
La miro bien y sigue caliente; latiendo ahora por el cambio de óptica.
La envuelvo con la mano (tiene el tamaño de un pequeño mundo)
y se transforma en un furioso ojo humano cuyas lágrimas son sangre.

La gente se multiplica, cambian sus formas una y otra vez.

El universo que se va creando deja al descubierto dos aristas: la primera,
como una puntita sostenida por un filo de neón, es el éxtasis
de sabernos hermosos y eternos.
La segunda, por el contrario, no tiene tiempo. Porque es complicado 
el tiempo presente. La maravilla inútil de existir. Vamos.

Los niños pellizcan inquietos la torta que está en la mesa. Creo que los
caprichos y deseos los hacen tan interesantes. Un grito ronco se divide
en temporadas cuando atraviesa el aire -sorpresa, odio, delirio y comunión-
revienta la tranquilidad bien fingida del jardín pero nadie se sobresalta.
El blues de armónica lleva un ritmo misterioso y atonal,
como una sonrisa sin dientes. El grito viene de adentro, lejos de este pasto
bien cortado y las enamoradas del muro. Los niños charlan, se debaten entre
interrogantes y caritas oscuras. La luz, entre violeta y salmón, baña la fiesta
como un sueño borracho.
El cuerpo y el alma piden siempre dos cosas: reinventar y reventar.
El que grito era yo.

La gente baila, multiplicándose.

La cafetería al final de la calle se encuentra en llamas, como enormes lenguas
de fuego el incendio engulle el edificio lenta pero vorazmente.
Como velas a la penumbra absoluta.
Es un gran hijo de puta mandándose todo muy rápido.
El humo negro y con olor a plástico es dulzón.
Aquellos niños del jardín miran la columna zigzagueante trepar por el cielo y rien. (Encontraron la mejor forma para poner de acuerdo de una vez.) Ríen, y 
la luz no quiere terminar por desprenderse de su telaraña; la noche como una
enorme araña fea y prepotente espera el momento.
Creo que no puede tardar mucho en bajar.

La cafetería sigue ardiendo y, como una coreografía de ciegos frenéticos,
los consumidores se apuran para alejarse de aquel desastre.
El viento sopla y oxigena las brasas que brillan como piedras preciosas llorando.
La sed de encontrarse dentro de un incendio solo se calma con más fuego.
Hay caras de desesperación, todos chillan y sollozan transpirados llenos de 
cenizas grises y pastosas.
Todos, menos aquel hombre de saco negro sentado en el banco de enfrente.
Este sonríe mirando las llamas del edificio convertir una idea en ruinas.
La sed de incendiarse solo se encuentra dentro de la calma del fuego.

Sepamos que lo eterno nunca, pero nunca, es perfecto. Por algo es eterno.
Bienvenidos a la fiesta.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario