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jueves, 19 de febrero de 2015



Solían verlos, vivaces, celebrar sus virtudes de muertos, en un tugurio, situado a un costado de las vías del tren, lindantes con el paredón infinito del cementerio.
Este club nocturno aparecía a eso de las tres de la madrugada, hora en que duermen los bondis.
El Pelado, el Flaco y el Hueso. Tres “calaveras” viviendo una y otra vez los placeres que con mucha onda, ofrece Selene con su coro de Estrellas.
Vienen de distintas zonas del Camposanto, pero se hacen ver ecualizando sus frecuencias casi casi como fantasmas. Aunque, cuando se embriagan con un pase de oxígeno, y dialogan sobre las artes antiguas perfeccionadas con el Tiempo que aún persiste en sus huesos, entran en un Éxtasis que, creen, los devolverá otra vez al Mundo.
El Pelado, descansa en paz entre bulbos y raíces. Su máquina de carne perteneció al reino de los jardines de Villa Luro. El Hueso, en un mausoleo dedicado a la Música. El barrio de San Telmo una vez ardió al son de su lira. Y el Flaco… es nuevito en la movida; su morada aún es de chapa y madera. Su Torino blanco todavía está bajo las aguas del río.
El tabaco los excita. Viajan en el humo, sienten pena en el recuerdo de la ciudad real, y esperanza en un futuro de pronta reencarnación. Dientes filosos, fina risa muestran cuando imaginan nuevos cuerpos para navegar otra vez por algún planeta. El Hueso insiste en convertirse en un zorzal. El Pelado, en una ninfa capaz de provocar guerras nucleares. Mientras que el Hueso… anhela volver en el cuerpo de una venusina que guarde todas las llaves de un hotel ruinoso. Al amanecer, los parroquianos se abrazan, sus espíritus se aman, y vuelven en sí mismos esperando un nuevo show para mañana




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Juan Desiderio nació en septiembre de 1962 en Buenos Aires y trabaja como bibliotecario. Publicó como poeta Barrio Trucho (1990), La Zanjita (1996), Angeles parricidas (1998), en 2002 Tos y un par de años después Hipnosis. Ciudad que respira poesia. 

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