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viernes, 18 de diciembre de 2015

18-12



Morir de pie
como ley suprema.
Un título que sienta sus bases
en la majestuosidad
de ser un tremendo
vendehumo.
Indigno de toda consideración.
Nunca más nada que hoy.
Empatala con el último
mordisco,
el último tirito,
rasqueteando el fondo
de este desastre.

Las ganas de no perder
otra vez.


Un monigote de yeso
quebrado,
muerto de pie.
Como un altar eyaculado,
defenestrado por las pocas
ganas
Como un imbécil
sinsentido,
como una noche
al borde del abismo.
Otra más.

La pava chilla como un animal salvaje, indicando
que el agua se pasó. Mientras el día se chupa
a sí mismo y se caga de la risa de todos
los lunes-martes-miércoles-etcétera
que te fumaste pensando que sos
un fuera de serie.
Pero como dice Patricia, el que se cree
original es el que no conoce
la inmensidad de su ignorancia.
O la inmensidad de la que
tiene adentro.
Matecito en la orilla
de la locura.


Asusta el contacto
con la sangre que hierve,
con tanto tacto que
ni la misma muerte
soñaría con beberla.
O tomarla.


¿Qué ducha calentita te
puede acomodar? Si te hacen
falta tres o cuatro
cicatrices. Un poco
de pelotudez-sin-vuelta-atrás
devenida en piel.


¿Quién te propone ser un hombre
si vos mismo te asustás de los
espejitos que cuelgan
de la pared? Un haikú que
hable de las sombras
de la casa
masturbándose cuando
te vas.


Dejar hacer: que los aparatos
eléctricos hagan sus ruiditos,
que el sol reviente las losas
en los diciembres al pedo,
que la saliva de la trompeta
chorree sus notas abombadas
en el piso,
que las remeras chivadas
que te ponés una y otra vez
empiecen a retorcerse sobre
tu cuerpo inoperante.


Gente que cuelga de puentes,
gente que escribe poesía,
los rodeos para decir la verdad.
Hay una botella a la mitad
porque te dio miedo saber que pasa
después.

Ni la integridad muere de pie.