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lunes, 24 de junio de 2013

El brujo de Kingston

Lee Perry es sinónimo de creación, de innovación estética, de psicodelia musical. Esconde en él una historia de constante reformulación, se puede considerarlo como alguien que nunca mira para atrás siempre contemplando el pasado, amando sus raíces. Le gusta reinventarse a si mismo con sus propios recursos, trabaja con retazos que le sobraron de una confección anterior. Rompe la confección anterior y con los fragmentos unidos a otros retazos vuelve a crear algo. Así ininterrumpidamente, en sus más de cincuenta años de carrera se consolida como una especie de metrónomo marcando el pulso de la música jamaiquina desde el rocksteady, el ska, el soul hasta lo más experimental, amalgamando componentes ya conocidos con rarezas para ese entonces: efectos, tintes funky, suprimiendo las líneas vocales y priorizando la sección rítmica empieza a gestarse algo completamente nuevo, distinto a todo lo que se venía trabajando.

Desde la tierra rural hasta el bullicio de la ciudad donde pasaba todo. La música, las fiestas, la moda. También aparece la introspección y la meditación. Falta una banda sonora para esta simbiosis. Un telón de casas multicolores. Un telón de casas multicolores derruidas por los días que crea su escenario favorito: los suburbios de la capital jamaiquina y sus alrededores, ese caldo de cultivo para un movimiento que ya esta tomando forma con una gran cantidad de cantautores y bandas. Con el panorama bien claro, lo único que falta es un chispazo de originalidad, de creatividad, algo que no provenga de la tierra misma, sino de más lejos, de afuera. Los rastas que bajaron de las montañas, el frenetismo de la vida capitalista, el hambre de los barrios y la profundidad de la filosofía roots que empieza a ver la luz desde soundsystems plagados de discos, rebosantes de vinilo, empiezan a converger con un lado más experimental. Más específicamente, dentro de la cabeza de una sola persona y destinado a todo el mundo.
The Upsetters, formación fundacional de Scratch

"Dios es sexo! Si no hubiera sexo, moriríamos, y con nosotros moriría la verdad y la religión. Dios ama el sexo." 

Es difícil explicar como este hombrecito que comenzó como Little Lee Perry, un cadete multifunción en el Downbeat Soundsystem de Coxsone Dodd, llega a construir un personaje tan místico como emblemático en la creación musical mundial. Difícil, seguro, por la cantidad de factores que hacen de este chamán jamaiquino el producto y a su vez el productor de un nuevo movimiento musical. Remitiéndonos nuevamente a sus origines, Scratch termina chocando con la personalidad autoritaria de Dodd y no tarda mucho en fundar su propio sello, Upsetter Records, de donde nace su primer single con los Upsetters, “People Funny Boy”, un palito a Joe Gibbs que actualmente se puede considerar la piedra angular de lo que conocemos como reggae. Ritmo descontracturado y sabor dulzón para enmarcar confrontación y descontento. El disco que corre y marca un antes y un después: el llanto del bebé que suena constantemente se considera el primer sampleo de la música, un efecto que no es la música que se repite varias veces. La idea del dub va armándose sobre bases firmes e ideas poderosas.

Mucho más que un productor o un músico, Perry demuestra como se puede hacer música sin tocar instrumentos, como se pueden canalizar los colores del alma a través de equipos y producciones inigualables. Es música que no solo es música, es una exploración a través de canciones oscuras, instrumentales que orbitan en el reggae pero se ven alterados. Ecos, reverbs, delays. La aparición del término dub en la música revoluciona en muchos aspectos, la reversión de los temas ya compuestos, la adulteración de los mismos y la mezcla con otros priorizando la búsqueda de identidad más que los resultados. Muchas veces psicodélicos, muchas otras tranquilos. Los primeros “remixes” ven la luz en Jamaica. La batería y el bajo interactúan, gruesos, poderosos. Cada uno marcando su línea. Interacción poderosa. Muy atractiva para la mente. Bajo profundo y melódico, dominante. Batería pelada, muy sonora, muy activa. Sonidos que aparecen en capas, algunos descubiertos, a la intemperie y otros subliminales, repetitivos y más complicados. El dub busca el ritual y Scratch Perry va a ser el eterno sacerdote que lo lleve a cabo.


Con los Heptones graba Party Time
"La música es ritmo del ghetto y lírica de la calle"

1973 es el año de la fundación de Black Ark, su estudio propio en el epicentro de la movida artística cultural. Un ambiente recargado lleno de símbolos. Esto no es un dato menor, Lee Perry en su santuario de Kingston, comienza lo que luego va a ser considerado el proceso productivo más grande de la música jamaiquina. Una casa que no parece una casa. Las pintadas en las paredes revelan mensajes, como esperando ser absorbidos en alguna creación. La vegetación que crece afuera lo mismo, se va colando en las producciones como todo lo que rodea a este genio. Cabe destacar su record garden en el patio de atrás, donde introduce fragmentos de discos en las macetas. Esperando cosechar lo que plantó. Uno de los primeros artistas en sentir la vorágine de la ciudad como algo positivo. Buscar la inspiración en la selva de concreto. Bob Marley con sus Wailers, los Congos (la cosa no terminó muy bien que digamos), Max Romeo, The Heptones, Augustus Pablo, Junior Murvin, trabajaron sus creaciones con Perry en Black Ark. Pero no todo se canaliza por la vía de otros músicos: Super Ape y Return of the Super Ape son discos esenciales en la musicología de la isla y del reggae en general. Kung Fu Meets the Dragon también marca una tendencia rítmica que hasta hoy se sigue escuchando, con la participación de Augustus Pablo en la melódica y mucho dub. Posee una estética oriental, que es producto de la convergencia entre las artes marciales, las películas de moda y los delirios del gran Perry.
Pared de Black Ark, su santuario productivo

Con Perry sentado en la silla de capitán Lively Up Yourself, Mr.Brown, Kaya, African Herbsman, y Small Axe entre otros, ven la luz. A los Wailers se suman los hermanos Barret, Upsetters originales de las filas de Scratch. Y este último acompaña a Marley constantemente en la composición metiendo mano en otros clásicos como Punky Reggae Party o Three Little Birds. Robert Palmer ha intentado trabajar dentro del estudio pero se ve superado por el ambiente. No pasó lo mismo con The Clash ("Yo les enseñé como bajar las guitarras en el estudio man, ellos era ruidosos. Muy ruidosos") o Paul McCartney, que sí pudieron mezclar su música y filtrarla por el fino tamiz oscuro del Super Ape. Los Rolling Stones lo tienen como un gurú, un mentor de lo complicado hecho simple. Lo surreal paseándose en la tierra. Keith lo define como el Salvador Dalí de la música.Está acertadisímo. Lo real del arte. Años después el fuego llegaría a Black Ark y todas las grabaciones y un genial estilo de producción, único en su especie, se unirían al cielo jamaiquino en forma de humo y cenizas. “Para ahuyentar a los malos espíritus” aclama Scratch. La constante reinvención. La búsqueda como fin.

Acá termina una etapa. Una época de creación. Los trazos de un nuevo estilo musical se comenzaron a dar de una manera fuerte, súbita. Desprolija y organizada a la vez. Es imposible saber cuales fueron los catalizadores de Lee Scratch Perry a la hora de crear. Cuales fueron sus motivaciones. Sus deseos. Lo único que importa a esta altura es el producto que consumimos. Su alma hecha música. Su vida hecha dub.


miércoles, 12 de junio de 2013

Jack Kerouac y el bop




“Quisiera preguntárselo todo, pero no puedo, no sé cómo hacerlo, qué es ese misterio de lo que quiero de ti, qué es el hombre o la mujer, el amor, qué quiero decir con amor; por qué debo insistir y preguntar, y por qué me voy y te dejo.”  [1] 


 Kerouac y Allen Ginsberg, otro referente beat
Kerouac nace en Massachusetts pero su hogar y fuente de inspiración termina siendo toda la extensión asfaltada (o no) que pueda recorrer por tierra. Su escritura es el andar desorganizadamente estructurado del bop. Un subir y bajar frenético por carreteras sin detenerse jamás. Como si fuesen protagonistas de una relampagueante escala sus personajes fluyen como notas al pasar una melodía: vertiginosos, sudorosos, febriles. Van y vienen. De una punta a otra viven sus sentimientos intensamente, tan a flor de piel que terminan desgarrándolos. La improvisación va variando según la estructura armónica. Sus ideas, una melodía en un tempo acelerado. La rebeldía de toda una generación y dos dicotomías: el laberinto social que transitaban los jóvenes y el rompimiento definitivo con el swing de etiqueta en lo musical.

Una juventud que creció en la Gran Depresión y se ve inmersa en las grietas de una sociedad quebrada a punto de desmoronarse por completo. Kerouac lo retrata con simpleza y gestos mínimos que transmiten vida a los pasajes y hace que podamos sentir esa mezcla entre tristeza, melancolía y soledad que está impregnada durante toda su obra. Como un blues etílico en alguna cantina perdida. Las ciudades se alinean demacradas y todos los submundos marginales conviven en estas. Nueva York, Chicago, San Francisco, Denver. Submundos que conviven a los tumbos. De costa a costa adictos, mujeres, trabajadores, vagabundos, poetas, músicos, estudiantes, más mujeres, más adictos, viven vidas volátiles que terminan ardiendo en llamas y perdiéndose en el cielo nocturno, enviciado como pocos y como muchos otros.

Clubes, bares de mala muerte, casas de putas, autostop, teatros, moteles, sótanos, más bares, apartamentos de 1,2,3,4 ambientes, se presentan infinitos para descubrir la esencia de la vida, eso que flota espeso en el aire y solo tenemos que movernos un poco para alcanzarlo. Viajando, hablando, viviendo. La cerveza, la marihuana, la bencedrina, las anfetaminas y demás sustancias de turno que sirven como catalizadores en estos actos ardientes de descubrimiento e interacción. Personajes que giran noche y día entre autos, charlas, miradas, cuerpos y comida. En ciudades profanas sin esperanza, sin desarrollo.

El sexo que une, que separa. Para luego unir. El sexo como motor. El sexo como combustible. Todo espontáneo, todo improvisado. El deseo es guía. Cada cual se junta con quien quiere, con quien desee. Deseo por conocer la verdad, deseo por lo desconocido también.
Ensayo de Charlie Parker y Dizzie Gillespie

"Nada de intervalos que rompan las estructuras de la frase ya arbitrariamente entrecortada mediante falsos puntos comas y tímidas comas, en la mayoría de los casos inútiles, sino vigorosos guiones que aíslan los momentos respiratorios (como los músicos de jazz que recuperan el aliento entre dos largas frases), las pausas medidas que articulan la estructura de nuestro discurso."[2] 

En los callejones de las mismas ciudades se respira individualismo experimental. La virtud está harta de la voluntad ajena. Los brillantes músicos de las Big Bands sienten la opresión de las melodías y del europeísmo en su música: esas pocas intervenciones y la monotonía ensayada hasta el hartazgo. Buscan devolverle lo pagano al jazz. Lo negro que fue perdiendo en cada. Se suben a escenarios del bajo mundo dejando los grandes teatros de lado para expresarse y profesar lo que en esa década más llamaba la atención: la libertad. Una libertad que en la música se presenta como un frenetismo creativo: sinfines de notas en solos eternos. Prolongaciones del alma inquieta. Duelos de tenores. Trompetas que chillan, escurriendo el bronce. Manos que pasean su deseo por teclas, cuerdas y pistones. Bares abarrotados de gente: intelectuales, vividores, gente de ciudad. Solistas tocando toda la noche sobre acompañamientos sincopados a una velocidad hipnótica que parece haber estado esperando décadas para encontrar sus canales. Feroces y hambrientos como una erupción surgen Charlie Parker, Dexter Gordon, Max Roach, Monk y Dizzy Gillespie devastando todo los parámetros que tienen a su paso y rompiendo las barreras ideológicas dentro de la música. Mingus, Art Blakey, Coltrane, Billy Eckstine. El renacimiento de lo experimental. Vuelve lo negro al jazz.

Frecuentemente, tan experimental que no quedan registros grabados de sus creaciones por la falta de interés de las grandes compañías y lo poco “comercializable” que era este estilo. Tiene rasgos muy personales: un fraseo asimétrico, poca relevancia a lo rítmico y las transiciones desde lo grave a lo agudo, de lo agudo hasta lo inexplicable. No se baila, todos buscan sentirlo. Todos buscan en los rincones más marginales para consumirlo. El humo, las historias, la libertad, el fanatismo, la velocidad, la búsqueda constante hacen al bop un fruto de las ciudades. Va cultivándose como un estilo de vida, con un argot propio, una forma de vestir, de saludarse. Esa concepción sucia del jazz que se mezcla con matices típicos de la vida urbana: autos que circulan constantemente, luces que iluminan esquinas a medias. Jóvenes envalentonados por el trago son aún más jóvenes, viejos sabios tambaleándose embriagados de vida. La poesía y la basura (cadáveres de nuestro consumo). El Hot de la Costa Oeste y el Cool de la Costa Este.
Con Neal Cassady, fuente de inspiración continua


Los beatniks, el bop, los hipsters, los errantes, los que todo lo saben, viven y conviven en los Estados Unidos de los finales de los 40 y principalmente los 50 convirtiendo las ciudades en escenarios gigantes y noches interminables. Fumando las colillas de la calle, Kerouac escribe como un gran solista bop: inmaculado, poderoso y fugaz. Sincronizando lo que vive con lo que escribe. Sus inspiraciones, sus ardientes deseos de conocer. En una gran poesía larga y tendida. Un solo con miles de notas yendo y viniendo por una armonía profunda y llena de búsqueda.






[1] Kerouac, Jack, Los subterráneos, México DF, Octaedro, 2003.
[2] Kerouac, Jack, En el camino, Barcelona, Anagrama, 2007.
Ciudad que respira narrativa.


lunes, 10 de junio de 2013

Toma 1

Este espacio busca mostrar la interacción de la ciudad con la música, como una se construye en función de otra, y viceversa. La identidad que está en continua reformulación. Una metamorfosis de orden crónico, la vida que nace desde la creación. La creación que transforma la vida.

Crear algo nuevo no significa solamente conformar un producto original, inédito, sino que también significa reformular los parámetros preexistentes, fusionando fragmentos, jugando con su genética y así lograr una identidad nueva. Muchas veces es más costoso resignificar lo que ya existe buscando una nueva óptica, es decir, revolucionar. La revolución apunta a eso, un cambio sobre lo establecido buscando el efecto, en este caso un efecto estético, un giro hacia nuevas concepciones. El arte de proporcionar, con nuestra técnica y construcciones subjetivas, materiales nuevos a la interacción de esos componentes ya establecidos en nuestro plano para nutrirlo. Las épocas que convergen, pedazos de años que reviven y se unen con la creatividad, rasgos estéticos en movimiento (o quietos) que buscan ser apropiados en el transcurso del proceso del desenvolvimiento del arte y sus matices.

La ciudad, desde sus comienzos como principal espacio cultural hasta el presente, es una fuente de inspiración inagotable. El arte se manifiesta en la arquitectura, en el diseño quinético de la vida, en la estructuración del movimiento por las calles. El arte mismo es tanto producto como productor de la cultura urbana. Producto, ya sea por cualquiera de sus manifestaciones que podemos ver tanto dentro como fuera de edificios, en las calles, en forma de pintura, sonido o escultura. Ideas que se materializan en estructuras tangibles, de concreto, duras. Este producto entra en un ciclo donde termina transformándose en productor. La creación como inspiración: cuanto más arte consumamos más arte saldrá de nosotros mismos. No es tan proporcional como se plantea, pero es real. Las ciudades encuadran esta doble lógica del movimiento creativo. Nos apropiamos de cada centímetro de las calles, hacemos de cada rincón un santuario, a cada paso que damos buscamos la inspiración. La creación misma es un conjunto de movimientos humanos, sociales, donde todo lo que se nos presenta es un potencial componente de nuestra obra.


¿Está en nuestra naturaleza buscar dentro de nuestras propias creaciones la inspiración para el futuro? ¿O siempre trazamos nuestro recorrido en espacios en blanco? Estas concepciones humanas y procesos son los que vamos a estar tratando de describir en los siguientes pasos. La observación y la interacción con la ciudad por parte de artistas que marcaron un antes y un después con sus creaciones, que revolucionaron la extensión de lo estético con su mente. La conformación de espacios urbanos alrededor del arte, las características de estos lugares que tantas veces generaron el chispazo para nuevas creaciones. El poder de la calle en la construcción de un inconsciente artístico en general. Todo esto y mucho más, desde aquí.